Esta mañana después de desayunar,
mi esposo me dijo: deja los platos sucios
en el lavaplatos que yo los voy a fregar, a lo cual por supuesto no puse
absolutamente ninguna objeción. Inmediatamente se puso a hacer unas cosas en su
computadora, las cuales sé que eran importantes y como era
de esperarse, se le olvidó
el ofrecimiento que me había hecho. Como yo también me puse hacer
algunas cosas de la casa, igualmente se me olvidó pues confié en que él lo haría.
Al terminar lo que estaba haciendo,
fui a la cocina y al ver que los platos seguían ahí sucios, vinieron a mí una
cantidad de pensamientos, debo admitir, cargados un poco de rabia,. En ese
momento inevitablemente pensé: para qué
me dice que lo va a hacer y no lo hace. ¡Claro, igual tengo yo que terminar
haciendo todo! Pero de pronto, antes de que mi rabia y mi malestar
siguieran creciendo me hice consciente de la trampa hacia la cual mi ego me
estaba conduciendo y atajé mis pensamientos diciéndome a mí misma: Epa, un momento… ¿realmente siempre terminas
tú haciéndolo todo?; ¿realmente eres tú la única que se hace responsable de los
quehaceres del hogar?... ¡Guao! Ahí me di cuenta de que simplemente lo que
estaba haciendo era distorsionar la situación con mis pensamientos, pues no es
cierto que termino haciéndolo todo, ni que yo soy la única responsable de los
quehaceres del hogar. Siendo justa con mi esposo, él realmente siempre está ahí
dispuesto a ayudarme, solo que esta vez estaba realmente ocupado y se le pasó. Eso
fue todo, no había necesidad de agregarle drama a la escena ni de sentirme víctima
de la situación.
Por supuesto, al hacerme cargo de
mis pensamientos y cuestionarlos, no dándolos por hecho sin siquiera
analizarlos, la emoción que comenzaba a apoderarse de mí, el sentimiento de
rabia que ligeramente se estaba asomando, asombrosamente se desvaneció como por
arte de magia. Porque definitivamente no son nuestros pensamientos los que nos
producen el sufrimiento, es nuestro apego a ellos lo que lo genera.
De pronto me puse a reflexionar
acerca de cuántas veces al día ocupamos nuestra mente con pensamientos que nada
tienen que ver con la realidad; y lo peor, cuánto sufrimiento nos pueden producir
estos pensamientos. Es increíble cómo los seres humanos somos capaces de vivir,
sentir y recrear un pensamiento negativo. Qué bueno sería que la misma energía
que le ponemos a estos pensamientos distorsionados, llenos de miedo, angustia,
vergüenza, rabia, tristeza, la usáramos para crear y visualizar la vida que
queremos y merecemos.
Definitivamente nosotros no somos
nuestros pensamientos. Cuando surja un evento que nos disguste o nos incomode,
si nos mantenemos presentes en el aquí y el ahora, percibiendo nuestras
emociones y la forma en cómo nuestro cuerpo comienza a reaccionar, podremos
atajar ese pensamiento antes de que se convierta en una creencia de la cual
será más difícil deshacerse más adelante. De esta manera comenzaremos a
entrenar nuestra mente para ser felices. A medida que vayas haciendo tuya la
práctica del ahora, te convertirás en tu propio observador, en ese maestro
sabio que por mucho tiempo habías estado esperando, y serás capaz de entrar en
tu interior y descubrir tu propia felicidad. Soltarás el gran miedo que tienes
de vivir el presente y te darás el permiso de experimentar la realidad tal cual
como esta se presenta, sin juicios ni calificativos, por lo tanto ya tus
pensamientos no podrán apoderarse de ti y te darás cuenta de que oponerse a lo
que es, sea cual sea la circunstancia que estés viviendo, es un acto inútil que
solo genera sufrimiento y frustración. Es como querer enseñarle a ladrar a un
gato. El gato es gato y dirá miau
hasta que se muera. Sin importar cuántas horas nos esforcemos por querer
cambiar esta realidad, jamás podremos, así que solo nos queda aceptarla y
cambiar nuestro pensamiento de juicio por uno que nos haga sentir en más armonía
y en paz con las circunstancias.
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