Cuántos de
nosotros no hemos empezado con mucha fuerza y determinación una dieta para
perder peso, o nos hemos trazado como meta sacar una nota sobresaliente en una
asignatura, o romper con un hábito de vida que sentimos nos está llevando por
la calle de la amargura, como por ejemplo, el más común, dejar de fumar o
metiéndonos en aguas más profundas, romper con la terrible necesidad de sentir
la aprobación de los demás en todo lo que hacemos. Estoy segura de que más de
uno ha dicho: ¡YOOOO!, incluyéndome por supuesto, y
seguramente, como nos ocurre a la inmensa mayoría, sentimos que por más fuerza
de voluntad que le hemos puesto, a mitad de camino hemos perdido parte de la
motivación para al final terminar con un profundo
sentimiento de frustración y culpabilidad, castigándonos sin piedad con el
látigo de nuestro juez interior.
Es indudable que todo acto que deseemos emprender para
cambiar un hábito o para lograr un objetivo, debe venir acompañado de un fuerte
deseo por lograrlo, lo cual redundará en una mayor fuerza de voluntad para
mantenernos apegados al plan inicial. Así que el primer paso antes de
establecer las metas es preguntarte a ti mismo si realmente deseas y anhelas ver
ese cambio manifestado en tu vida. Después, revisar si tus creencias te
servirán de apalancamiento o si por el contrario te están diciendo que NO
puedes, aun antes de comenzar.
Si bien sabemos que somos seres holísticos (cuerpo,
mente y espíritu), en este punto debemos hacer hincapié en el cuerpo, la parte
física. Nuestro cerebro es una complicada red de células nerviosas, llamadas
neuronas, las cuales se conectan entre sí para intercambiar información, formando
complejas mini-redes que se encienden o apagan de acuerdo al estímulo que
reciben del exterior o según las directrices brindadas por nuestro mapa de
creencias.
Cada vez que repetimos un comportamiento, del cual se
desprende una emoción, estamos reforzando estas mini-redes, las cuales con el transcurrir
del tiempo, van moldeando nuestra identidad y terminamos identificándonos con
estas emociones y conexiones, aun sin desearlo, pues es un acto totalmente
inconsciente. Por otro lado, nuestro cerebro es un laboratorio sumamente complejo, donde constantemente se
están produciendo cientos de sustancias químicas, las cuales están asociadas a
las diferentes emociones que experimentamos: alegría, tristeza, ira, frustración,
amor, odio, etc. Esto hace que cuanto más repitamos un comportamiento o hábito,
más se verá afectada la química de nuestro cerebro por este, lo que hará que
nuestro cuerpo se vuelva más y más dependiente de esta emoción o sentimiento
para “subsistir” sin importar si esta emoción es “negativa” o “positiva”. Se
podría decir entonces que nuestras emociones son productos químicos elaborados
por nuestro organismo (científicamente llamados neuropéptidos) en respuesta a
determinados estímulos y estas sustancias químicas recorren nuestro cuerpo y se
unen a las células, marcándole como una especie de pauta a nuestro cerebro que
le avisa cuando no están satisfechas estas necesidades químicas en nuestro
cuerpo.
Es por esta razón que muchas veces, buscando revivir
la emoción, repetimos el mismo comportamiento una y otra vez, aunque sepamos de
antemano que el resultado puede no ser satisfactorio o que incluso venga
acompañado de una gran carga de culpabilidad por no ser lo suficientemente
fuertes para resistirnos a la tentación de prender ese último cigarrillo, o de
comernos ese último pedacito de torta, o de soltar lo primero que nos cruza por
la cabeza cuando sentimos que alguien está interfiriendo en nuestros asuntos. Lo hacemos siguiendo el impulso de nuestro
cerebro, el cual tiene como objetivo mantener el suministro constante de las
sustancias químicas que nuestro cuerpo necesita para sentirse bien. Es aquí
donde nos volvemos adictos. Adictos a la comida, a los juegos de azar, al cigarrillo,
al sexo, a las drogas, etc., y de igual manera, adictos a las emociones.
Entonces vemos personas a quienes no les importa arriesgar su vida con tal de
sentir una descarga de adrenalina, o las que se regocijan y disfrutan el
conflicto porque su cuerpo se lo pide y entonces de cualquier cosa hacen una
polémica, o las que necesitan constantemente la aprobación de los demás y por
ende buscan ser perfectas en todo, privándose de intentar cosas nuevas por el temor
a “no ser la mejor”.
Quiere decir esto que la clave para lograr deshacernos
de esos comportamientos que solo nos generan frustración y/o culpa es deshacer
las mini-redes neuronales que nos mantienen atados a nuestras emociones
adictivas. Para lograrlo no es suficiente el deseo y la fuerza de voluntad; es necesario
encontrar la causa raíz de nuestra adicción, hacernos conscientes de cuál es el
detonante que hace que nos comportemos de determinada manera. Por lo tanto, si
quieres ver un cambio definitivo en tu vida y no seguir sintiéndote culpable
por tu falta de voluntad, te invito a que inicies un proceso de indagación que
te permita conectarte con lo más profundo de tu inconsciente en busca de las
respuestas, en busca de esos mensajes y sentimientos que forman parte de tu
memoria celular.
El hecho de que nuestros pensamientos y emociones son energía,
que todo en nosotros es energía, incluyendo nuestro cuerpo, en mayor o menor
grado de densidad, nos lleva a la conclusión de que para cambiar patrones de
conductas y hábitos, debemos liberar la energía asociada a las imágenes mentales y recuerdos negativos que
subyacen detrás de estos. Esto quiere
decir vaciar nuestro inconsciente para luego “cambiar su configuración” y poder
colocar información nueva en él. Información que nos sea útil para lograr las
metas que nos hemos trazado. No podemos llenar una copa que ya está
llena, hay que vaciarla primero para poder verter agua nueva y fresca en ella.